
Ya nada es aterrador.
Los pájaros inquietos corren desnudos.
De los inocentes oídos de áquella chiquilla
a la ironía de recordar el olvido.
La violencia, el desatino, el llanto...
la lengua lucuaz de los adictos.
El silencio quiere susurrar un siempre,
el invierno tu nombre.
Puedo verte a tantos años de ausencia
eres tú en la niebla.
Me levanto, y con los pies ciegos
he de ir a tu encuentro.
Miedo. El ataúd ya esta vacío.
Alguien más lo puede ocupar.